Radio Espantoso
Este blog es irreal y grosero, los columnistas invitados son pobres imitaciones y debido a su contenido nadie lo debe leer.
miércoles, 11 de junio de 2014
Análisis Sinfonía de Espacios
Análisis - Sinfonía de Espacios // Sebastián Areiza
sábado, 7 de junio de 2014
martes, 3 de junio de 2014
Entrevista - Taller Central
Jessica Mejía, Kelly Chaverra, Leslie Moreno, Sebastián Areiza
miércoles, 19 de febrero de 2014
miércoles, 5 de febrero de 2014
viernes, 19 de julio de 2013
Amor de lejos...
Por:
Sebastián Areiza
Sentado
frente al portátil, ahogado en llanto, veía la carrera 74 a la altura del
Obelisco llena de gente eufórica y banderas rasgando el aire. Por esa esquina bebió,
bailó y festejó pero, esa noche, no es más que unos pixeles en pantalla a miles
de kilómetros. Lloraba desconsolado, una mezcla de alegría y nostalgia le
hacían un nudo en la garganta. Del otro lado ya estaba su mamá con su marido,
de la cabeza a los pies blancos de maicena como cucaracha de panadería. A 400
kilómetros de donde estaba la señora y a 4500 de donde está Juancho, en Bogotá,
Nacional se consagraba campeón y dejaba en silencio a cuarenta mil espectadores
y desataba el delirio perdido en todo el país. Así es el amor, testarudo e
incondicional.
Amor de lejos, amor de
pendejos dice el refrán. Juan Camilo Álvarez Serrano (así lo constata su
cédula colombiana) asiente convencido de ser un pendejo. Lo comprendo, porque
el aquí firmante lloró, saltó y gritó por algo tan banal y superfluo como
veintidós tipos en pantaloneta corriendo atrás de un balón. No puedo dejar de
pensar, mientras Juancho me va hablando sobre los días previos al partido, que
nos llaman estúpidos porque el fútbol es nuestra vida. Y no sé si de pronto los
estúpidos sean ellos que llevan una vida rasposa y sin sobresaltos.
“Cuando uno quiere algo de
corazón no importan las distancias -va contando, fernet en
mano-, a mí me tocó venir a Buenos Aires
a cuadrar el estudio acá, y me perdí la final de la Superliga… es una copita de
mierda que dura dos partidos pero me dio muy duro, lloré mucho”. Remontémonos a 1994: Juan Pablo Ángel, de 19
años, hizo el gol del título ante Deportivo Independiente Medellín. Hoy Ángel
tiene 37 años y volvió a levantar la copa. 37 fueron los años que Nacional
llevaba sin ser campeón de visitante en liga. 19 fueron los años que tuvieron
que pasar para que Juancho se perdiera una final de su equipo: Ese 18 de
diciembre Juancho pisó por primera vez el Atanasio convertido en un infierno, y
vio a sus ídolos de la selección Colombia en acción, pero con la camiseta
verde.
No
hubo nada más que los separara de ahí en adelante: fue sureño, viajaba por
carretera, se enfrentó a los Comandos y a los del Barón, dejaba de comer o
salir con una novia o comprarse un videojuego para ir a la cancha y a partir
del 2004 se hizo abonado permanente. 2004 fue el año en el que fui al Atanasio
por primera vez, también para ver un Nacional-DIM: siguen las coincidencias.
Fue el mismo año donde Nacional ajustaba 6 años sin dar la vuelta, donde San
Lorenzo lo destrozó, Medellín lo humilló y Junior lo enterró. Eso a Juancho –y
a mí, también- lo unió más con esos colores que nos tiñen el alma. Desde 1994
hasta hoy día, vio a Nacional más de 350 veces en todas las canchas, todos los
torneos y, lo más importante, en la buena y en la mala. Sólo faltó un par de
partidos, uno de ellos con América –el último antes de irse a la B- donde un
amigo argentino le narraba los goles mientras él ajustaba una semana en cama
con paperas.
Como
buen antioqueño de Sonsón, es influyente, tramador, amistoso y te vende un
hueco. No en vano es Administrador de Empresas ya recibido. No sé si sea
gerente de un emporio empresarial, pero ya es el cónsul de Colombia y a donde
llega convierte simples admiradores en verdolagas fervientes. En venticinco
años creo que ha reclutado más creyentes que los Testigos de Jehová y su
tediosa táctica puerta a puerta, Juancho los convence con pasión y buen toque
de balón. Hace la lista como un buen técnico de inferiores cuenta a sus
talentos descubiertos en las canchas de arena y tenis Croydon colgados del
cableado eléctrico: “un ecuatoriano
hincha de Emelec, unos parceros mexicanos, mis amigos argentinos… diez o doce
personas”, luego añade: “Estamos a 4
grados acá, salí sin chaqueta ni nada, sólo con la camiseta verde y la gente
del barrio me gritaba ¡Che! ¡Felicitaciones por la copa eh!”. Y se hincha
el pecho de orgullo, con toda razón. Pero su mayor conquista fue sangre de su
sangre. La principal cábala y a la cual adhiero gustosamente porque ha dado
resultado: su mamá.
“Mi abuelo era de Flandes
(Tolima), se fue para Bogotá y allá le tocó toda la época de El Dorado. Mi mamá
era hincha de Millonarios… y a ella y a toda mi familia los convertí en hinchas
del verde, mi mamá después de la Merconorte 2000 empezó a ir a la cancha”. Doña
Lizeyla, la mamá de Juancho, sólo ha visto perder a Nacional una vez: fue el
año pasado contra Vélez Sarsfield en Copa Libertadores (0-1). Y ella, así como
las medias del equipo en 2003 (“que
parecían medias veladas ya”, me cuenta muerto de risa), la camiseta al
revés, una llamada vía Skype, tomar determinado licor o ir siempre con los
mismos compañeros a Oriental Alta, son esas cábalas que por tontas que parezcan
funcionan… “y cábala que no va
funcionando se va cambiando”. Gracias a Juancho, y he de contar una
infidencia en este texto, usé una camiseta el miércoles –la suplente blanca de
1991 con el dorsal de Andrés Escobar- que ya había visto un título hace un par
de años contra Equidad. Y funcionó. Mi mamá se me burlaba cuando le conté. Pero
funcionó.
La
historia de Juancho es, cuando menos, curiosa: Abandonó las oficinas y los
estados de cuenta por una cabina de radio y una libreta llena de apuntes de
fútbol: estudia Periodismo Deportivo en ese lugar del planeta donde Maradona
tiene una religión y el ánimo te lo impone el resultado del domingo. Sigue a
River Plate, equipo que tiene más parecidos que diferencias con Nacional: “Por historia, en las malas y en las buenas
la gente está, es el equipo que más jugadores le ha aportado a la selección
argentina, a donde va llena, la dirigencia es una mierda igual que Naciona, el
gusto futbolístico es el mismo… Boca es como Millonarios, los bosteros son
todos gamines”.
Es
que si los jugadores tuvieran una décima parte del cariño y la entrega de ese
gordito de gafas que apareció en una publicidad de Adidas hace tres años, el
mismo Juancho que le atajó remates a Jairo Palomino durante esa sesión
fotográfica, sería un equipo de gladiadores que tienen por espada sus guayos y
por coraza la jerarquía. No todo pueden ser victorias, claro está, pero que la
realidad dé cuenta del tango ese que dice pero
si la mala suerte quiere que salgas vencido / no importa porque saben que has
perdido con honor.
Tan
grande es el amor de Juancho por estos colores, que aún cuando un continente lo
separa de Medellín y Bogotá, estuvo en ambos partidos. Su mamá fue al encuentro
de ida y fue un sufrido 0-0 que pudo ser derrota, en Bogotá a pesar de las
restricciones a hinchas visitantes hubo 2000 colados y allá estuvo él,
levantando la 12 con el estadio vacío y reventándose la garganta con los goles de
Duque y Mosquera. Aferrado a la pantalla se arrodilló y rezó un padrenuestro en
agradecimiento a semejante conquista. Conquista en la que todos fuimos Juancho:
todos lo vimos de visitante, sufriendo, apretando, con todas en contra. Esta
fue la copa de Juancho, la que ganó la hinchada porque el fútbol no terminó de
convencer. La copa de diez millones de hinchas, según cuentas alegres sin
ningún sustento técnico, que amamos estos colores.
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